Hace mal el presidente García en mirar la paja en ojo ajeno. Efectivamente, no hay partidos políticos de oposición. Pero tampoco hay partido de gobierno. Todas estas organizaciones, que son parte fundamental de cualquier Estado, han decidido mantenerse en el ostracismo político.
Ninguna cumple su papel estasiológico de ser mediadoras entre la sociedad y el Estado, cediendo insensatamente el espacio político que les asigna la democracia.
Ante esta grave crisis de los partidos políticos, organizaciones sindicales, como la CGTP, están pretendiendo ocupar ese lugar. Sin embargo, sus líderes actuales han trastocado la naturaleza sindical con la que fuera concebida por José Carlos Mariátegui el 17 de Mayo de 1929.
Ese apetecible espacio vacío también está siendo copado por líderes regionales. A pesar de no tener presencia nacional, estos presumen que se puede ir avanzando de a pocos. El resultado es un archipiélago político confuso en el que el sistema democrático viene siendo menoscabado.
El Congreso de la República es el único "campo de batalla" en el que tienen presencia los partidos. Este fenómeno ya había sido descrito por José Matos Mar, en 1984, como una presencia cupular, desconectada totalmente de la población a la que dicen representar. Veinte años después, el autor ratifica (no sin pesar) que esta crisis del Estado se ha agravado. Los partidos se han distanciado más de la realidad, convirtiéndose en organizaciones electoreras.
Muchos de ellos, carentes de ideología, no han logrado constituirse en una opción real, razón por la cual no pueden llegar a ser oposición. Confundidos en sus propias contradicciones, los partidos de izquierda no saben dónde situarse. La democracia como sistema político y la economía social de mercado como modelo económico se han convertido en megatendecias y, como tales, han sido aceptadas universalmente.
Ningún tipo de dictadura ni planificación compulsiva de la economía son aceptables en el siglo XXI. Y, como dice el embajador Oswaldo de Rivero, lo único cierto de este siglo es que no será marxista.
Pero la derecha también está envuelta en sus propias indecisiones. El mercado ha demostrado que se equivocaron quienes le atribuyeron la capacidad de distribuir equitativamente la riqueza. La brecha entre ricos y pobres ha crecido de 30, a 130 a 1, según el Fondo Monetario Internacional. Y, a pesar del esfuerzo de los gobiernos de América Latina, el porcentaje de pobres no ha disminuido en forma proporcional a nuestro crecimiento económico. Este hecho abona la tesis que hemos venido sosteniendo: si ese crecimiento no se transforma en desarrollo, es probable que desperdiciemos la segunda bonanza económica que nos está dando la historia.
Algunos líderes izquierdistas afirman que América Latina se está orientando hacia el socialismo, porque algunos gobernantes parecieran haber salido de esas canteras. Sin embargo, aparte de algunos inflamados discursos contra los EE.UU., la política y la economía siguen discurriendo –con algunos matices– por los cauces universales. Y más temprano que tarde tendrán que mirarse en el espejo chileno, en el que la presidenta Bachelet tiene tanto de socialista, como Pinochet de comunista.
Y sin embargo creemos que es necesario fortalecer a los partidos políticos, porque ellos deben ser los representantes de la población, cuyos reclamos deben asumir. Es a través de ellos que el Estado debe dialogar con los ciudadanos. No es posible que un paro programado para el 9 de julio, cuya plataforma es eminentemente política, haya originado una reunión conciliatoria entre el gobierno y los líderes sindicales, con una insensata ausencia de los partidos políticos.
Esta atomización política del país volverá a reflejarse el 2011 y el Congreso será nuevamente un archipiélago de agrupaciones que no podrán llegar a ningún consenso. De esta manera, se postergarán, una vez más, las tareas fundamentales que han debido encarar con seriedad y responsabilidad: la tan ansiada Reforma del Estado y la subsecuente Reforma Constitucional.
Esta no reconocida crisis de los partidos políticos no ha sido originada por ningún agente externo a ellos. Han sido sus propias contradicciones, incapacidades y mezquindades las que los han colocado en esta situación. La incipiente democracia interna, la falta de renovación, la poca claridad para enhebrar propuestas y la decisión de desconectarse del pueblo no pueden ser atribuidas a nadie más que a ellos mismos.
Sin partidos políticos no hay Estado. Sin ellos la democracia no tiene sentido. No alentemos el desborde popular. Que los justos reclamos de la población tengan un cauce legítimo y que este sea conducido por los partidos políticos y no por las calles.
Ya sabemos lo que sucede cuando se desbordan las pasiones.
Actuemos responsablemente.
--
MARCO ANTONIO ARRUNATEGUI CEVALLOS
DIRECTOR & ANALISTA POLITICO
REVISTA - JUSTO MEDIO
www.justomedio.com